Aquella noche no era la primera vez que acudía al antro gay con mi amigo y su pareja. Sin embargo fue mi primer intento formal por aprender ‘la putivuelta’ y como era de esperarse resultó fataaal!!!
Me resultó algo frívolo, estúpido y obviamente incómodo [bshh!!] pero tenía que aprovechar la disponibilidad de mi amigo para ser mi mentor, y claro a quién no le gustaría tener la posibilidad de adiestrar a alguien para ser un buen seductor, obviamente mi instinto deseaba convertirse en un mónstruo del cua mi mentor sintiera miedo [sic]. En el ambiente de los ‘chicos buena onda’ para sobrevivir, ser diva no es una elección, sino más bien una exigencia que no muchos logran cumplir. Yo no iba ser uno de los últimos y aunque poseía la esencia de ‘emperatriz pedante’, aún estoy estacionado en el estrato de ‘drama queen’ [Ahhhhh!!!]
Mi impaciencia, parte de mi personalidad me hizo no darle sentido a ‘la putivuelta’ y querer dejar de aprender esa estúpida lección, primero di un par detrás de mi mentor, luego sólo escondiendo mis miedos detrás de mí. Terminé sentado casi en la esquina del antro con la sensación de bicho raro y la nostalgia, el miedo y mis frustraciones de no haber cumplido mi objetivo de ligar siquiera a un cuerpo arrojaron el elipsir salado de mis pupilas, sucedió de manera disimulada y al cabo de un rato que a mí me pareció un par de minutos mi mentor llegó preocupado por mi laaarga ausencia de más de 15 minutos, tomó la actitud de motivador y me consoló un poco.
La despedida del antro fue saliendo detrás de mis amigos, subiéndome a su auto con el alma cuarteada y con el incandescente deseo de tener un hombre a quién rasgar del cabello y comer apasionadamente a besos, esos besos motivadores que sé dar muy bien. Mi baja autoestima había hecho de las suyas [I hate it, cus I didnt have it like that time before!! Sniff!!] . Luego de un trayecto de camino me bajé del auto y tomé un taxi sin saber qué esas lágrimas que habían comenzado evaporarse de mi rostro se convertiría en el comienzo de un voluble capítulo.
Basta con decir que comencé a entablar una charla filosófica con el taxista sobre el tema en cuestión de la soledad y progresivamente mi libido contraatacó a mis enemigos internos y comenzaron a seducir al taxista de aproximadamente 40 años. El juego mutuo de la seducción estaba aconteciendo y había terminado con mi mano entre sus pantalones para comenzar otro de índole netamente sexual y comenzar a estrujar detalladamente su sexo que comenzaba a endurecerse ante las exquisitas caricias que yo le regalaba. Estaba sintiendo de nueva cuenta el poder sexual que emergía desde mis neuronas y mi verga no paraba de intentar escabullirse hacia afuera de mis jeans. Estaba sucediendo lo que necesitaba en el antro, alimentar mi ego para fortalecerme como gay orgulloso que deseaba ser desde hace meses.
Me divertí mucho esa noche después del intenso drama en el antro. Comprendí y viví en carne propia que era posible renacer, reencontrarme con el sujeto ávido que era hace 5 años, seguro de sí mismo y con el poder bajo su control, capaz de obtener casi todo lo que su pene quisiera. Esa noche comencé a engendrar en mí al animal en que muchos gays del antro donde estaba hace una horas se convierten, ese animal que se guía por su instinto, capaz de aparearse sin importar corazón y sentimiento porque al final es eso un animal.